Entre las muchas cosas que he aprendido, después de más de 40 años en Hostelería, es que solo hay dos tipos de personas en el mundo: los que le pasan el plato al camarero y los que no.
Trabajando tantos años en restaurantes y hoteles, he visto de todo. Desde cenas elegantes en salones de gala hasta desayunos apresurados en pequeños cafés. En cada uno de estos momentos, el acto más simple puede revelar mucho sobre una persona.
En una noche lluviosa, recuerdo estar en un restaurante con manteles de lino blanco y copas de cristal. La luz de las velas parpadeaba suavemente mientras los comensales disfrutaban de una cena íntima. Allí estaba, sirviendo una mesa de cuatro, cuando llegó el momento de retirar los platos principales.

El primer comensal, un hombre de mediana edad con un traje impecable, se limitó a seguir conversando, sin prestar atención a mis movimientos. Tuve que estirar mi brazo para alcanzar su plato, esforzándome por no interrumpir su conversación. Mis siguientes intentos, una joven pareja, reaccionaron de manera diferente. La mujer, al notar mi presencia, me sonrió y recogió su plato para pasármelo. Su compañero hizo lo mismo, casi al unísono. Fue un gesto simple, pero lleno de cortesía y consideración.
En otra ocasión, en un bullicioso desayuno buffet en un hotel, un niño pequeño de unos siete años me sorprendió. Con las manos pequeñas pero decididas, levantó su plato y me lo pasó con una sonrisa tímida. Su madre, observando la escena, le acarició el cabello orgullosa. «Gracias, joven caballero,» le dije, y él me respondió con un «De nada!» que me alegró la mañana.
Estas pequeñas acciones pueden parecer insignificantes, pero reflejan mucho sobre el carácter de una persona. Aquellos que pasan el plato al camarero muestran empatía y respeto por el trabajo de los demás. Entienden que, aunque su gesto sea pequeño, facilita el trabajo de alguien que está allí para servirles.
Por otro lado, aquellos que no lo hacen, quizás no sean necesariamente descorteses, pero a menudo están tan inmersos en su propio mundo que no perciben la oportunidad de hacer la vida un poco más fácil para los demás. No se trata de juzgar, sino de observar. La hostelería me ha enseñado que cada acción, por pequeña que sea, cuenta.
Con el tiempo, he aprendido a apreciar a ambos tipos de personas, porque cada interacción es una oportunidad para entender mejor la naturaleza humana. Aquellos que pasan el plato nos recuerdan la importancia de la empatía y la cortesía. Aquellos que no lo hacen, nos ofrecen la posibilidad de ser pacientes y comprensivos.
En mi vida me encontré en la mesa con mucha gente diferente: escritores, políticos, empresarios, a veces incluso famosos personajes de televisión, y muchos de ellos, por poderosos e importantes, pasaban el plato, así como otros tantos no lo hacían.
Así, en el ajetreo diario del trabajo de atención al cliente, estos pequeños gestos se convierten en momentos de reflexión. Porque, al final del día, lo que realmente importa no es cuántos platos se pasaron o no, sino las conexiones humanas que se produjeron en torno a ellos. Y esas, sin duda, son las cosas que realmente valen la pena recordar.
Todo esto es para pedirte que, si en algún momento la vida te brinda éxitos, si llegaste a donde querías llegar, o no, sigas siendo alguien que le pasa el plato al camarero. 😉